29 oct 2008

Mística Socialdemócrata

Enrique Villarreal


Cuando los bolcheviques tomaron el poder en Rusia, los activistas eran un grupo de veinte mil personas (aproximadamente) en un imperio de más de 100 millones. Sin duda influyeron múltiples factores en su triunfo, pero un elemento que resultó crucial, porque es lo que alimentó el espíritu y la voluntad de los bolcheviques, fue la mística revolucionaria. Pese a tener un contexto sumamente desfavorable –un sistema autocrático, policiaco y represivo, económica y socialmente atrasado, territorialmente inmenso y pobremente comunicado, etc.-, los revolucionarios profesionales, que eran una minoría de minorías, pero que lograron liderar a los soviets, tomar el poder e implantar un nuevo régimen.

Esta fe en la revolución estaba sustentada en el mito, en su connotación positiva, es decir, de narración sobre el origen, la evolución y el destino de una idea, filosofía, pueblo, nación, etc., en este caso, del ideal socialista, particularmente el creado por Marx y Engels, sustentada en la creencia (más allá de los argumentos científicos y filosóficos que dan los padres del socialismo, incluyendo Lenin) sobre la decadencia e inevitable caída del capitalismo, la inevitabilidad histórica del socialismo y el comunismo gracias a la liberación de la humanidad hecha por el proletariado. Especialmente, la Primera Guerra Mundial y la gran crisis que provocó, parecían confirmar las tesis del catastrofismo capitalista, y ello alimentó la mística socialista de los revolucionarios rusos y de quienes compartían sus ideales y métodos.

La narración (mito) socialista se sustenta en verdades consideradas indiscutibles y evidentes (la caída del capitalismo y la instauración del socialismo), y como se apoyaban en hechos que parecían confirmar sus tesis (la guerra, la crisis, las revueltas), se erigió en una mística de gran fuerza (“el poder de una idea”) entre esa minoría de activistas que encabezaron las masas que derribaron un régimen y una sociedad construida a lo largo de varios siglos, la zarista.

Naturalmente, en esta mística el líder desempeña un papel relevante, ya que los activistas y las masas comandadas lo perciben como la encarnación material de esa idea, quien puede materializar el ideal de cambio y liberación, y por tal motivo se genera una fe ciega hacia el líder, lo cual es el punto de partida de su metamorfosis caudillezca, lo cual resulta ser muchas veces contraproducente para la realización de los ideales que dice encarnar (y por ello muchas revoluciones terminan devorándose a sí mismas).

En este sentido, la socialdemocracia actual requiere un mito, una narración de grandeza, el poder de una idea, que genere una identidad propia y alimente una mística de triunfo entre sus activistas, que en México también son una minoría de minorías (el PSD, por ejemplo, tiene 26 mil afiliados en un país de más de 100 millones, y aunque todos los que se consideran socialdemócratas son mucho más que los afiliados a dicho partido, no dejan de ser una minoría política).

El mito socialdemócrata debe también ser un asunto de fe, que su credo es indiscutible y su realización inevitable, ya que su historia ha sido un ascenso progresivo de logros y realizaciones (pese a sus evidentes fracasos o retrocesos). Debe incluir un relato sobre los orígenes heroicos de la socialdemocracia internacional, y en México, como un movimiento, cuyo nacimiento fue una lucha exitosa contra el autoritarismo, el clericalismo y la discriminación.

Asimismo, este mito debe destacar su historia de grandeza, sus ideales libertarios e igualitarios, y sus realizaciones (la defensa del laicismo, la conquista de libertades políticas, la economía de bienestar, los derechos sociales, el Estado democrático, etc.). Aunque también tendrá que señalar sus fracasos y sus metas por alcanzar, puesto que justamente deberá alimentar entre los socialdemócratas una mística de lucha, transformación y triunfo, ya que siguen existiendo formas autoritarias, relaciones de injusticia, desigualdad y discriminación en México y en el mundo, que deben ser combatidos para realizar el ideal socialdemócrata. Esta mística estará sustentada en una idea-fuerza que “mueva montañas” como lo fue “la revolución” para los bolcheviques y los comunistas en general.

Sin embargo, a diferencia de la izquierda del tipo bolchevique, maoísta, polpotiana, castrista, guevarista, etc., la idea-fuerza que deberá mover a los socialdemócratas no será la revolución armada, sino “la revolución por las reformas” o “la reforma radical”. En general a la socialdemocracia (de derecha o de izquierda) se le ha estigmatizado como “reformista”, “claudicante”, “medrosa”, etc., y actualmente, por ejemplo en América Latina, cuando se comparan algunos gobiernos socialdemócratas (del tipo Bachelet en Chile) con el chavismo (Venezuela), por situar extremos, pareciera que está más viva que nunca la dicotomía reforma o revolución, y el antagonismo izquierda reformista-izquierda revolucionaria. No obstante, este dualismo, no necesariamente debe derivar en un antagonismo, por lo menos en México, ya que la realización del conjunto de reformas socialdemócratas puede implicar cambios revolucionarios, cualitativos o profundos.

Si bien hay un clima general sobre la necesidad de que México requiere urgentes reformas políticas, económicas y sociales, evidentemente no existe un consenso sobre cuáles deben implantarse, además de que diversas políticas supuestamente reformadoras (de unas décadas a la fecha) han sido parciales, de pobres resultado o de plano, han fracasado, básicamente porque no han ido al fondo de la problemática que enfrentan (como las de carácter social o las que combaten la inseguridad), toman directrices equívocas (como las económicas) o no se han realizado en su integralidad (como las de carácter político).

Justamente, una característica de las reformas socialdemócratas es su carácter “radical”, esto es, que van a las causas de los problemas para propiciar un auténtico cambio social, cultural, etc. Así, por ejemplo, la ley de interrupción legal del embarazo hasta las doce semanas que aprobó la Asamblea Legislativa del D.F, a iniciativa del PSD, no sólo es una medida que ha salvado la vida de muchas mujeres, sino que al reivindicar su derecho a decidir sobre su cuerpo, se fortalece el Estado laico, se avanza sustancialmente en el ejercicio de los derechos humanos, y se promueve una nueva cultura en las relaciones entre hombres y mujeres. Extender esta reforma al resto del país, no será tarea fácil e implicará una “revolución política y parlamentaria”, ya sea a partir de un consenso, de alianzas políticas o de un voto mayoritario socialdemócrata. De igual forma pasará con la legalización de las drogas u otras medidas que atacan el meollo de la problemática.

De este modo, es claro que la mística socialdemócrata no sólo es decididamente democrática, sino “radical” en el sentido de promover reformas políticas, económicas y sociales que impulsen cambios de fondo, que vayan a la raíz de los problemas, que transformen las estructuras (de injusticia, desigualdad, discriminación, etc.) que los provocan, por la vía legal, institucional, parlamentaria y gubernamental. Aun cuando sean reformas graduales, ocasionan cambios que a larga repercute en todo el ámbito social.). La ruta socialdemocrática de la democracia a penas empieza.
En consecuencia, el mito socialdemócrata debe erigirse sobre una fe en el imperativo de una “reforma radical” como la idea-fuerza que impulse el movimiento hacia la conquista del poder, como una verdad indiscutible y un designio histórico de una humanidad que debe avanzar por la senda socialdemócrata. Cuestión a parte es lo relativo al liderazgo que encarne dicha mística y las condiciones adversas (crisis de los partidos, de las ideologías, condiciones inequitativas, etc.) que enfrentará para su despliegue.